Expecto patronum: la madurez, la masculinidad y los miedos

masculinidad y miedos

Hay veces que tardo semanas en mandar un correo electrónico de un par de párrafos. Lo dejo ahí, viendo pasar los días sin presionar el botón de enviar. El tiempo que pasa me pone más y más en un aprieto. Me encuentro con frecuencia rehuyendo multitud de ocasiones que me exponen ante los demás y ante mí mismo: evito los ratos de oración en silencio, el trabajo intelectual demandante, las oportunidades de dar un paso al frente y levantar la palabra. Temo ser “descubierto”.

Las dudas sobre el propio valor, la vergüenza por no sentirse adecuado a lo que se supone que uno debería ser, son una de las heridas más frecuentes en la identidad de cualquier varón. Algunos se “crecen” con ella y se vuelven dominantes, quizás incluso agresivos. Otros simplemente evitamos las ocasiones de implicarnos, las pruebas. Nos quedamos recluidos en la sombra, como atrapados en una cárcel, refugiados en la irrelevancia mientras pasan por delante las personas y cosas que amamos sin alcanzar a hacer nada por ellas. Ninguna de las dos estrategias, ni la sobreimplicación ni la evasión, logran sacudir la terrible certeza de que, arraigada en lo íntimo de nuestra conciencia, nos recuerda que no somos suficiente.

Este miedo crece y crece y adquiere una nueva dimensión cuando uno, llegado a la edad en la que se supone que es capaz de adquirir y mantener los compromisos de un hombre adulto, entra en el matrimonio y la paternidad. El miedo se torna en pavor cuando se toma conciencia de que la esposa necesita un marido, de que los hijos necesitan un padre. Si, hasta aquí, la evasión en el desempeño laboral, espiritual o social podían tener efectos tolerables, las consecuencias de un marido y padre “paralítico” se convierten a partir de ahora en una pesada losa sobre los hombros de aquellos a quienes uno más ama.

¿Cómo alcanzar la madurez? ¿Dónde encontraré la seguridad que me falta? ¿Qué está mal en mí? ¿Cómo convocar el patronum que espante a los terrores que custodian mi Azkaban particular?

Es aquí cuando, consciente de que no puedo contar conmigo mismo en mí mismo, me descubro necesitado de la mirada de otro. En los ojos de mi esposa enamorada, en el cuidado de mis amigos, en la ilusión de mis hijos cuando nos encontramos al terminar la jornada, descubro que lo había entendido todo mal. La fuente de mi seguridad no está en mis fuerzas, en mi inteligencia, en mi coraje, sino en Aquel cuyo amor incondicional descubro en la mirada de quienes celebran mi existencia. La madurez no consiste, como pensaba, en suprimir u ocultar mi debilidad, sino en reconocer mi profunda dependencia de Otro. Es así como el encuentro con todos ellos me conduce a la oración con aquellas palabras del Padre Aldo que se dirigen a Dios: “Yo soy tú qué me haces”. Y con este punto de apoyo, con este baluarte, con esta fortaleza, bajo el amparo de este patrón(um) poderoso, puedo volver al mundo con la mirada confiada de aquel que todo lo ha recibido. No como siervo, sino como hijo que camina junto al Hijo bajo el mismo yugo, siguiendo sus pasos.

Catalán afincado en Madrid. Marido de Livia y padre de tres. Fui periodista y he vuelto a la Universidad Francisco de Vitoria, donde me formé, reconvertido en profesor universitario de Humanidades. Mis estudios, algo eclécticos, incluyen la filosofía moderna, posmoderna y, últimamente, el pensamiento tomista y vitoriano. Investigo sobre los vínculos entre teología, antropología, política y teoría económica.

Únete a la discusión

Further reading

Una crisis para volver a casa

La lógica más elemental enseña que de la mera repetición de acontecimientos no se puede extraer una conclusión universal. Menos aún cuando esos...

Subscribe