Una crisis para volver a casa

La lógica más elemental enseña que de la mera repetición de acontecimientos no se puede extraer una conclusión universal. Menos aún cuando esos acontecimientos no son más que anécdotas esparcidas a lo largo de una semana de infertilidad literaria. Pero eso me ha sucedido y, cuando menos, me ha proporcionado una idea que puede merecer la pena contar. Tiene que ver con lo que significa la crisis en la vida, especialmente en la sociedad actual.

Todo empezó con un amigo, profesor de la universidad donde trabajo, que me dijo que “atravesaba una crisis personal”. No supe muy bien qué contestar. En retrospectiva me parece curioso el verbo “atravesar” para referirnos a una crisis personal, como si fuera un bache, o una estación de tren que tenemos que dejar atrás cuanto antes y con algo de embarazo.

Ese mismo día otra persona, en una entrevista de radio hablaba de que la etimología de “crisis” es un verbo griego que significa “tropezar”. Y que, como todo tropezón, si consigues salvarlo resulta que puede ser una oportunidad para levantarte, aprender y avanzar más rápido. No sé si me pareció más divertida la capacidad de inventiva o la moraleja en clave de aprendizaje vital.

Otra cosa muy distinta predicaba el cura de mi parroquia un par de días después. Afirmaba que “crisis” nacía del verbo griego “krínein” que significa separar y tomar una decisión. De aquí podían sacarse dos significados distintos: crisis como “rotura” y como “análisis para emitir un juicio”. En todo ello acertaba. En un afán de seguir tirando del hilo habló de las “crisis vitales” como momentos de rotura en los que debemos detenernos a llevar a cabo un análisis para tomar una decisión importante. En ese sentido toda conversión supone una crisis (no al revés).

Con algo menos de precisión filológica en una homilía muy interesante comentó también que el término “hebreo, armenio o de un idioma de esos” para hablar de conversión también se usa para “volver”, especialmente para una expresión popular que significa “volver a casa”. Esto me recordó la introducción de El hombre eterno de G.K. Chesterton en la que se habla del descubrimiento de lo humano como un camino de vuelta a casa.

Me recordó también el deseo fundamental que tenemos todos los seres humanos, incluso aunque no hayamos experimentado la belleza de un hogar y de una familia. Tolstoi lo expresa al final de Guerra y Paz. Dante en la Divina Comedia no ceja en su esperanza por volver a su casa, a pesar del dolor del destierro. A los héroes griegos que batallaron en Troya se les agotaba el corazón pensando en sus familias, en sus hogares… y así un buen puñado de ejemplos de los clásicos.

Parecería que todos tenemos una profunda añoranza de ese hogar definitivo. Y de alguna manera entendemos que es un “volver”, aunque nunca hayamos estado allí. 

Atando los puntos de todas anécdotas y reflexiones me preguntaba si ese empeño por considerar los momentos de crisis como herramientas de crecimiento personal no es una más de las mentiras de un mundo que se empeña en convertirnos en protagonistas aislados de nuestras propias vidas. Y, mientras perseguimos ese fútil anhelo de “escapar hacia adelante”, de continuar sin mirar atrás, a lo mejor deberíamos precisamente detenernos, mirar a nuestro alrededor, a la gente que nos quiere a pesar de que caemos, y buscar con ello el hogar del que sentimos la nostalgia más profunda: la patria definitiva.

Nuestros hogares y nuestras familias serán, mientras tanto, nuestro refugio de nosotros mismos.

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